SABÍAS QUE...

Johnny Cash
67 años

Dr. Juan Carlos Álvarez Torices

Centro de Salud Eras de Renueva. León

 

Comenzaba el mes de septiembre de 2003. Hendersonville, una pequeña ciudad típicamente americana, cerca de Nashville, Tennessee. Una gran casa de madera emergía entre los árboles, a las orillas del lago. Una tos ronca y persistente llamaba la atención desde el rincón más sombrío. Allí estaba un hombre que, claramente, había tenido mejores momentos en su vida. Con apenas 71 años parecía estar cerca de la centena. Su cuerpo se había convertido en algo quebradizo, colmado por un escaso pelo blanco y ligado a una silla de ruedas. Aquella diabetes, a la que no había hecho caso durante años, se había llevado su movilidad y su visión. En 1997 había comenzado tanto el temblor como la dificultad para mantenerse en pie. Inicialmente le dijeron que era un síndrome raro, denominado Shy-Drager. Luego que era una enfermedad de Parkinson. Al final era la venganza del azúcar, que le dedicaba una neuropatía autónoma y sensitiva. Ya mucho antes, en 1988, le había jugado otra mala pasada. Había ido al hospital, a visitar a un viejo amigo que se recuperaba de un infarto. Este le vio tan mal que le convenció para que se hiciera un chequeo en el propio hospital. Su vida caótica, su azúcar sin control y el estar siempre pegado a un cigarrillo, a las drogas y a una botella de whisky habían hecho que sus coronarias se estuvieran ocluyendo. Al final, el que iba de visita salió con un doble baipás. Más tarde, en 1993, las complicaciones de una neumonía le llevaron a estar ingresado 12 días, llegando incluso a estar en coma. Luego vinieron otras dos neumonías más. Ahora, únicamente unos pocos días antes, una pancreatitis se había añadido a su historial médico.

Pero no solo el azúcar le atacaba. Su tremenda adicción a las anfetaminas y a los barbitúricos había llenado parte de su vida. Al principio únicamente eran para llevar suficientes pilas para cumplir con todos los compromisos de las giras. Luego pasaron a ser el centro de su vida. En 1970, la que era su segunda mujer y el amor de su vida, June Carter, tomó cartas en el asunto y se encargó de desengancharle en esa misma casa del lago. Y así estuvo hasta 1977. Luego, de nuevo la adicción, hasta que, en 1983, entró en la Clínica Betty Ford y estuvo otra serie de años limpio. Pero la droga es una amante de la que es difícil olvidarse. En 1989 el proceso de desintoxicación se realizó en el Centro de Tratamiento de Drogas de Nashville, y al final, en 1992, ingresó en el Centro de Medicina del Comportamiento de Loma Linda, en California, para lo que sería su rehabilitación final.

Como cualquier ser humano cuando está en unos momentos de tal deterioro, manejaba la idea de cómo serían las cosas si hubiera cogido otros caminos en la vida. Nacer en Arkansas, en plena depresión, en una familia pobre y numerosa, no es algo a envidiar. El haber tenido que recoger algodón diez horas al día marca una forma de ser, pero tenía la parte positiva de estar cantando con su madre y sus hermanos todo ese tiempo, una jornada tras otra. Con solamente 12 años presenció la muerte de uno de sus hermanos, algo que le marcó para siempre.

Al cumplir 18 se alistó en las Fuerzas Aéreas, pues Estados Unidos acababa de entrar en la guerra de Corea. Durante el entrenamiento conoció a la que sería su primera esposa, Vivian Liberto, de 17 años. Pero no les dejaron estar juntos mucho tiempo. Por suerte su destino no fue oriente, sino Alemania, menos peligroso, pero terriblemente tedioso. Para matar el aburrimiento compró una guitarra y, con un par de colegas, formó su primera banda. Al volver se casó con Vivian y trajo como recuerdo su vieja guitarra, sus canciones y una cicatriz en la cara de un quiste mandibular que le habían extirpado. Eso y una afición desmesurada por el alcohol. Por mediación de su hermano Roy conoció a Luther Perkins y a Marshall Grant y formaron «The Tennessee Three». Perkins tenía una guitarra eléctrica de segunda mano que había sido modificada por su anterior dueño. Como los controles de volumen y tono no funcionaban, comenzó a emplear la práctica de amortiguar el sonido de las tres cuerdas graves con la palma de su mano derecha. A ello Johnny unía el colocar un billete de un dólar en su mástil, entre las cuerdas. Estos dos sonidos, junto al bajo, a un ritmo parecido a un tren de carga, sería lo que luego recibiría el nombre de sonido «Boom-Chicka-Boom»; su característica propia.

Lograron una audición con el fundador de Sun Records, en Memphis, pero no le gustaron. El canturreo de iglesia no le encajaba, pero el sonido sí. Les dijo que volvieran con algo diferente. Lo hicieron y lanzaron el single en 1955, que alcanzó el número 14 en el Billboard. A partir de ese momento pasaron a ser parte del elenco de Sun Records, junto a Elvis, Jerry Lee Lewis, Carl Perkins y Roy Orbison. En 1956, escribió y grabó «I Walk The Line», una canción que le catapultó al número 1 en las listas de música country y que vendió dos millones de copias. Fue a partir de entonces cuando empezó a actuar vestido de negro; pasó a ser «The Man in Black». En ese mismo año, se reunió en Memphis el que llamarían posteriormente el «Million Dollar Quartet»: Elvis Presley, Jerry Lee Lewis, Carl Perkins y Johnny Cash. Una reunión que perdurará en la historia de la música.

Ya había llegado arriba. Ahora lo difícil era no caerse. Su familia se había traslado a California y él pasaba más de 300 días al año fuera de casa. En las giras empezó a hacerse acompañar por June, surgiendo una relación entre ellos que duraría hasta la muerte de esta. Comenzaron las películas y la televisión. Demasiado para que el alcohol y las drogas no entraran con fuerza en su vida. Esto, junto a la infidelidad, hizo que su esposa Vivian se divorciara de él en 1966 y se llevase a sus hijas.

La pobreza de sus orígenes había marcado el respeto y la compasión por aquellos que estaban peor que él. Por ese motivo actuó en distintas prisiones a lo largo de su vida, llegando a grabar su primer álbum en vivo en un penal. El disco fue número 1 en las listas country y 13 en las globales. Después, en 1969, vino «Johnny Cash at San Quentin», que subió directamente al número 1 en ambas listas. En este año fue el artista con más ventas en los EE. UU., incluso por encima de The Beatles.

Le propuso a June contraer matrimonio durante una actuación en directo y ella aceptó. Se casaron y en 1970 nació su hijo. Pero todo en su vida tenía el yin y el yang, pues poco después moría Luther Perkins, su compañero en la guitarra desde el inicio de su vida en la carretera.

Los recuerdos de las décadas de los 70 y los 80 son los de un declinar, con algún que otro despunte. Pero en 1994 algo extraño pasó. Cuando nadie creía en él, el productor Rick Rubin apostó por su talento. Con solo una guitarra grabó «American Recordings», que llegó al 23 de las listas de country. En 1995 fue «Unchained», que ocupó el puesto 26. En el 2000 grabó «American III: Solitary Man», que llegó al 11. En 2002 salió al mercado «American IV: The Man Comes Around», que subió hasta el 2.

Y ahora allí está. Toda su vida encima de él, aplastándole. Sus males no tienen cura, pero tampoco la hay para la vida. Este 2003 está siendo difícil. Su compañera, amiga, amor y esposa desde hace más de 35 años no está, pues el 15 de mayo falleció. Tal vez su corazón se cansó por tanto que lo hizo sufrir él. La semana después de su muerte entró en el estudio y grabó 5 canciones nuevas. Era lo único que le hacía descargar su pena. Incluso, como homenaje hacia ella, el 5 de julio realizó la que sería su última actuación en público en un evento que organizaba la familia de June en su rancho. Le tuvieron que subir en volandas al pequeño escenario, pues no había rampa para que lo hiciera en su silla de ruedas. Fue la última vez que empezó con su famosa frase que daba comienzo a todas sus actuaciones: «Hello, I’m Johnny Cash».

El 12 de septiembre de 2003 Johnny Cash fallece por un fallo multiorgánico secundario a las múltiples complicaciones de su diabetes. Nunca llegó a saber que su álbum «American V: A Hundred Highways», publicado en 2006, se convirtió en su primer y único trabajo de estudio en debutar en el primer puesto de la lista Billboard. Pero ya se sabe, no hay nada que venda más que la música de un muerto. Tampoco supo que la casa junto al lago se la vendieron a Barry Gibb, el miembro de los Bee Gees y que, durante el proceso de restauración, se prendió el aceite de linaza que emplean para ello y quedó totalmente destruida. Un final consonante con los hechos de su vida.