SABÍAS QUE...

Jerry Lewis
91 años

Juan Carlos Álvarez Torices

Centro de Salud Eras de Renueva. León

 

Brooklyn, 28 de noviembre de 1963. En la sala de cine la película está a punto de empezar. El olor a palomitas lo invade todo. En plena Beatlemanía, pocos días después de la aparición del segundo álbum de los ingleses titulado With the Beatles, la gente sigue llenando las salas de proyección. En la pantalla aparecen la cumbre y las estrellas de Paramount Pictures, que darán paso a la película. Tras un tiempo llega algo que dejará una impronta en millones de personas. Aquel oficinista, sin ninguna función en aquel despacho, se pone a trabajar al compás de la música, en una máquina de escribir imaginaria, rellenando la banda musical con el sonido de las teclas y la campana que suena al pasar el carro. Sus muecas y gestos colman esos casi tres minutos, en una escena que pasaría a la historia del cine. La película se titula Lío en los grandes almacenes.

 

Con apenas 14 años, Joseph Levitch (nacido en Nueva Jersey el 16 de marzo de 1926) debuta en el mundo del espectáculo. Algo normal cuando eres hijo de un actor de cabaret y una pianista, aunque seas judío. Estamos plena Segunda Guerra Mundial. De momento, Estados Unidos está fuera, pero llega la infame mañana del domingo 7 de diciembre de 1941. Los japoneses atacan Pearl Harbor sin previo aviso y eso hace que el país entre en la guerra. Como tantos jóvenes, intenta alistarse para defender su patria. El Ejército lo rechaza por tener un soplo cardíaco. Ya ha adoptado el nombre artístico de Jerry Lewis. Poco después, en 1944, con tan solo 18 años, se casa con Patti Palmer. Serían pareja hasta su divorcio en 1980. Fruto de su unión habría cinco hijos, además de otro que adoptaron cuando, tras el primero, parecía que no lograban un nuevo embarazo.

 

Corre 1946. Atlantic City, un lugar de recreo de los ricos y famosos de la Costa Este. Está trabajando en el Club 500. Después de la función se le acerca un actor italoamericano llamado Dino Paul Crocetti, más conocido como Dean Martin. Aquel día empezaría una asociación que duraría diez años. Dean haría el papel de galán serio y Jerry el de torpe y ridículo. Un binomio que ha funcionado desde el Gordo y el Flaco. Primero vinieron las actuaciones en los clubes. Luego tendrían su propio programa de televisión. El debut en el cine sería en 1949 con la película My Friend Irma. Después colaborarían en otras 15 películas. Coparían los número uno en las taquillas. Fueron años de estar en la cima. Fama, amigos, fiestas, alcohol y mucho sexo. Hasta Marilyn Monroe se rindió a los encantos y la simpatía de Jerry. Luego confesaría que Norma Jeane «lo dejó lisiado por un mes». Pero todo tiene su final. El 25 julio de 1956, con una actuación en el Copacabana, se acaba esta fase de su vida. Dean estaba cansado de ser eclipsado por la fama de Jerry.

 

Se hallaba de nuevo solo en su vida profesional. Esto marcaba el inicio de una etapa en la que habría 50 películas a sus espaldas. La última, Max Rose, en el 2013, con 87 años. Llega 1960 y ya no le vale con ser un simple actor. Debuta como director con El botones. No obstante, su obra magna fue El profesor chiflado en 1963, una adaptación de la historia del Dr. Jekyll y Mr. Hyde que le permitió salir en la pantalla como un actor de fisonomía normal, dejando de lado, a ratos, su pelo alborotado, sus dientes estrambóticos y las gafas de «culo de vaso». También le dio la posibilidad de expresarse sin las muecas y las sobreactuaciones que tanto han influido en otros actores estadounidenses, como Jim Carrey o Eddie Murphy. A la vez continuaban las actuaciones en los locales y en la televisión. Su primer programa en solitario en este medio lo haría para la NBC en enero de 1957, The Jerry Lewis Show. Le siguieron otros muchos. También hubo música. Por unos extraños avatares del destino tuvo que sustituir cantando a un compañero y amigo, Sidney Luft. Salió tan bien que la Decca Records le grabó un LP, Jerry Lewis Just Sings. Llegó al número 3 del Billboard y vendió millón y medio millón de copias.

 

Pero había mucho trabajo por hacer. A la dirección cinematográfica había añadido una nueva faceta, la de productor. Fue uno de los pioneros en la técnica de usar cámaras de vídeo y múltiples monitores, lo que le permitía ver al instante el resultado del trabajo. Con ellos lograba acabar sus películas a tiempo y con un bajo presupuesto. Por este papel de innovador, durante unos años, la Universidad del Sur de California le ofreció dar una clase de dirección de cine. Era un reconocimiento a su trabajo, y, por supuesto, lo hizo. Tenía en su clase a un par de alumnos que parecía que prometían. Se llamaban George Lucas y Steven Spielberg. Durante una de sus clases, en 1968, proyectó la película de 26 minutos de Steven titulada Amblin. Cuando acabó, Jerry les dijo a sus estudiantes: «Esto es hacer cine». Más tarde, ese nombre lo tomaría Spielberg para denominar a su productora cinematográfica, la Amblin Entertainment.

 

Los años sesenta también marcaron el inicio del quebrantamiento de su salud. El primer infarto lo abordó justo en 1960, mientras filmaba la película Cinderfella. Luego vino la actuación de aquel fatídico 20 de marzo de 1965 en el Sands Hotel de Las Vegas. Haciendo una pirueta cómica con el piano se fracturó varias vértebras. La lesión casi lo deja totalmente paralizado. Para calmar sus dolores se hizo adicto al Percodan® (una mezcla de ácido salicílico y oxicodona). Vivió dependiente de él durante 13 años, hasta 1978. Mucho más tarde, en abril de 2002, le implantarían un neuroestimulador, que aliviaría sus dolores hasta el final de su vida.

 

Pero también en esta década empezó otro de sus problemas, la distrofia muscular. Jamás había oído hablar de ella. En algunos momentos era como si la enfermedad se alimentara de su carne. En la unidad del hospital donde lo trataban vio a aquellos niños afectados por la misma patología. La única esperanza para ellos era que se investigara. Eso le llevó a fundar la Muscular Dystrophy Association, de la que fue presidente muchos años. Sin embargo, de poco vale una entidad sin no tiene fondos. Había que recaudarlos. Tuvo una idea. Un programa de televisión donde la gente donara dinero a través del teléfono mientras se sucedía una serie de actuaciones de famosos, lo que luego se llamaría telemaratón. Así, en 1966 creó la Jerry Lewis MDA Telethon. Logró que cada año, el Día del Trabajo, que en Estados Unidos es el primer lunes de septiembre, se reuniera alrededor de la televisión la mayoría de las familias estadounidenses, llegando a picos de audiencia de 60 millones de personas. Duró hasta 2010. En el correspondiente a 1976, gracias a la mediación de Frank Sinatra, se reconcilió públicamente con su viejo amigo Dean Martin. Al final su idea recaudó más de 2000 millones de dólares a lo largo de esos casi 50 años.

 

Pasaban los años y su salud seguía siendo torpedeada por el destino y por sus malos hábitos de vida. En diciembre de 1982, tuvo otro infarto. Esta vez estaba solo, pues se había divorciado en 1980. No obstante, en 1983 se casó en Florida con una bailarina de Las Vegas llamada Sandee Pitnick. Ella tenía 32 años y él 57. Al año siguiente Francia lo condecoró con la Legión de Honor por su labor altruista. En 1999 llegó el diagnóstico de la diabetes y muy pronto necesitó insulina para el control de la enfermedad. Además, como reconocía él mismo, era un goloso incurable y nunca sabía decir que no a un pastel. A ello se unía un problema nuevo. Una fibrosis pulmonar que le obligó a seguir un tratamiento con prednisona. Aparte de un aumento de peso y de un notable cambio en su apariencia, contribuyó considerablemente al mal control de su diabetes. Para que no faltara nada, durante una gira por Australia tuvo que ser hospitalizado en Darwin con una meningitis viral, que lo dejó postrado más de cinco meses. Estaba claro que, con su historial, el corazón tarde o temprano le pasaría factura otra vez más. Fue el 11 de junio de 2006. Acabó con dos stents. La medicina ya había evolucionado.

 

Junio de 2017. Un hospital de Las Vegas recibe por la puerta de urgencias al rey de la comedia. Es un hombre consumido. En aquella camilla está un nonagenario que precisa una silla de ruedas para desplazarse y con un historial que parece un compendio de la patología médica (tres infartos, diabetes, cáncer de próstata, fibrosis pulmonar y dolor crónico por múltiples aplastamientos vertebrales). Tras unos días marcha para su domicilio con el diagnóstico de una infección urinaria. Poco más podía hacer la medicina por él.

 

20 de agosto de 2017. Los focos se apagan y la claqueta de la vida suena para terminar esa escena que acaba inexorablemente en un the end. El hombre que dejó frases tan memorables como «Cuando dirijo, hago de padre; cuando escribo, hago de hombre; cuando actúo, hago el idiota» o «El sueño de todo hombre es ser capaz de hundirse en los brazos de una mujer sin caer en sus manos» se eclipsó finalmente. Se marchó con el gusanillo de no haber recibido ningún Oscar por su trabajo. El que recibió en 2009 era honorífico por su lucha contra la pobreza y las enfermedades. Probablemente los años lo sitúen en el lugar que le corresponde, ya que fue el creador de un subgénero cinematográfico y uno de los directores más innovadores de Hollywood. La historia es como un buen guiso: para obtener todo su sabor hay que dejarlo reposar una temporada.