Techo de Europa. Importarte darse la vuelta a tiempo

2017-07-24

Un año más persiguiendo sueños que nos llevó a Rusia en busca del techo de Europa, Elbrús, la montaña por encima de miles de montañas.

Cuando pensamos en este destino, la ubicación misma de esta montaña despertaba en nosotros sentimientos grandiosos. Rusia, país que solo su nombre trae a la memoria toda clase de acontecimientos históricos importantes. Cordillera del Cáucaso, barrera natural entre dos mundos: Asia y Europa.

Rusia no nos ha decepcionado, ni tampoco el Elbrús, pese a no poder alcanzar este año su cima de 5642 metros de altitud.

Como en toda aventura, el inicio se produce desde el momento en que sucede la preparación del viaje mismo, y hay que saber disfrutar desde entonces de ella, del camino.

Una vez realizados los trámites para el visado, muy laboriosos, empezamos a elegir la ruta por la que íbamos a efectuar el ascenso a esta montaña. Decidimos que sería la ruta sur, quizá por ser la que albergaba el mítico refugio Barrels, refugio que sí que nos ha llegado a decepcionar por su deterioro y falta de conservación y el carácter agrio del personaje que regentaba el lugar.

Barrels, para cualquier montañero, evoca la aventura con tan solo nombrarlo, pero hasta que no estás allí no sabes cuánto. Duermes en barriles construidos en los años setenta para unos juegos olímpicos y todavía se distingue en sus paredes los colores soviéticos.

Meses de entrenamiento, de ilusión, de temores, de dudas..., y llega el momento de tomar el avión para Rusia.

Llegamos al aeropuerto a Madrid y por la vestimenta vamos adivinando quiénes van a ser tus compañeros de viaje. Petates, caras de nervios y emoción.

Intercambias las primeras impresiones, las diferentes experiencias vividas hasta el momento en montaña...

Llega el momento del embarque. Despegamos.

Saber que has aterrizado en Moscú es impresionante, sobre todo porque el primer choque es brutal al observar las primeras palabras en cirílico.

No tenemos mucho tiempo, debemos facturar de nuevo y embarcar para volar a nuestro próximo destino, desde donde, tras aterrizar, iniciaremos una ruta en furgoneta de 45 minutos que nos llevará hacia las tierras de Kabardia-Balkaria.

Llegamos a Terskol, pueblecito entre montañas, muy cerca del observatorio del Elbrús y del valle de Irik Chat. Terskol es un pueblo de montaña situado a unos 2500 metros de altitud con un encanto especial. Se sienten las emociones de todas las personas que pasan por él, los nervios, la ansiedad previa a emprender una ascensión. Cerca del hotel donde nos alojamos hay bares, tiendas y puestos de productos y recuerdos donde pasar el tiempo previo a la expedición.

Llega el primer día de trekking hasta el observatorio del Elbrús, día espectacular donde nuestros ojos van a divisar por primera vez la gran montaña.

Marchamos tres días al valle de Irik Chat, donde recorreremos sus senderos, alcanzaremos algunas de sus cimas y disfrutaremos de sus glaciares y paisajes.

Acamparemos al pie de montañas de más de 4000 metros como el Sovietic Peack, al lado de un río donde nos refrescaremos tras los días de trekking y comeremos degustando los platos elaborados por la cocinera del campamento.

Tendremos la suerte de contar con la hospitalidad de los pastores del valle, quienes nos montarán una cena en su yurta para degustar la carne de oveja del valle, mezclando los caldos del guiso con un delicioso yogur.

Será una velada fantástica en la que tras cenar ascenderemos de nuevo hasta nuestro campamento con las luces de nuestros frontales para pasar la noche.

Viviremos noches de tormenta con rayos y truenos: la fuerza de la naturaleza se hace notar al penetrar la luz de los rayos en las tiendas de campaña en el valle de Irik Chat y en el refugio Barrels y al balancear el viento los barriles donde descansábamos.

Tras finalizar los días de trekking en el valle de Irik Chat, abandonamos el paisaje verde propio de la altitud de estas cumbres, con nieve solo en sus cimas, para dirigirnos a Barrels, a 3800 metros de altitud, desde donde intentaremos la cima del Elbrús.

El viaje hasta Barrels se realiza cogiendo dos teleféricos y un telesilla. El viaje en telesilla es auténtico. Yo jamás había montado en uno y la experiencia fue mágica: el sonido del silencio, la grandeza de sobrevolar sobre montañas... El viaje de ida estaba lleno de nervios y emoción, y es que, en cuanto nos bajásemos del telesilla, ¡estaríamos en Barrels! En el de vuelta la sensación era diferente, con los nervios más calmados y con ganas de volver a disfrutar de ese silencio exquisito que me daba estar colgada a varios metros de altura conmigo misma observando el paisaje que me rodeaba.

Barrels lo componen ocho barriles construidos en los años setenta para unos juegos olímpicos y, como ya dije, todavía conservan los colores soviéticos (la primera y única capa de pintura que le dieron). En el interior de estos barriles hay seis camas destartaladas, con solera en sus sábanas de todas las personas que por allí han pasado, paredes con pegatinas y palabras escritas. Un desastre.

Resulta peligroso andar por la zona por el hundimiento del suelo, con la posibilidad muy alta de sufrir un esguince. Del baño... mejor no hablamos.

Pese a todo, nuestras miradas se dirigen hacia las cimas del Elbrús, que parece que están al alcance de nuestras manos, aunque 2000 metros de desnivel y 9 kilómetros de distancia nos separan todavía.

El mismo día en que llegamos, después de comer, realizamos la primera ascensión hasta los 4000 metros. El recorrido lo hacemos sin crampones, el estado de la nieve así lo precisa porque ya es media tarde.

Las vistas según ascendemos son espectaculares. ¡¡Estamos dando nuestros primeros pasos en el Elbrús!!, pero la tristeza inunda nuestros ojos por lo que acontece. Restos de metal tirados a lo largo de la ladera, motos de nieve que contaminan el aire y las famosas orugas que transportan a personas que prefieren el camino fácil para ascender sin esfuerzo, restos de basura metálica y cables por todo el camino. Resulta difícil tomar una fotografía sin que aparezcan cables, tubos, etc.

Pese a todo, las montañas que se divisan al fondo son maravillosas e intentamos disfrutar del recorrido.

Al día siguiente nos espera un día duro: aclimatación hasta Piedras de Pastukhov a 4800 metros de altitud y 7 horas entre la subida y la bajada. Es un día que recordaré para siempre, espectacular por la temperatura de la que disfrutamos, las vistas y la sensación de dar nuestros primeros pasos en el Elbrús a golpe de crampones en el último tramo. Pese al calor, cuando echamos la vista atrás observamos un cúmulo de nubes que iban aglutinándose en plan amenazante, pero que no llegaron a más.

Durante la subida en el primer tramo, observamos a esquiadores realizando saltos acrobáticos, disfrutando de la montaña, también alpinistas que descienden de la cumbre ese día con cara de satisfacción. Han disfrutado de un día espectacular...

Es un día caluroso. Todo el grupo vamos en fila, muy despacio, sin prisa para poder aclimatarnos, con pequeños descansos para beber agua y comer algo. Las piedras tienen forma de secador y según nos vamos acercando vislumbramos su verdadero tamaño, tan insignificantes que parecían desde Barrels.

Llegamos y fotografiamos el momento, ¡¡estamos contentos!! Esa noche intentaremos la cumbre a la cima de Europa. Yo me encuentro muy bien, contenta y feliz, sin saber en ese momento que era la altitud máxima que iba a poder alcanzar.

El descenso se me hace largo y duro, la nieve ha empezado a deshacerse; en ocasiones nos hundimos, en otras las placas de hielo nos hacen resbalar, en otras se forman ríos por el deshielo en los que tenemos cuidado de no caer y caer empapados.

El terreno ha cambiado con respecto al de la subida, mismo recorrido y tan diferente a la vez... La magia de la montaña. Llegamos de nuevo a Barrels. Reunión del grupo, hay que tomar la decisión para el día siguiente.

La predicción meteorológica da tormentas para la tarde al día siguiente, y para el día posterior (según la meteorología) sería imposible porque la situación empeora de forma significativa.

La decisión la toman los guías: esa noche se atacará la cumbre.

Todo el mundo está nervioso. La cena transcurre con la ansiedad típica al día previo a la cumbre. Nos levantaremos a las 12 de la noche para desayunar y salir. Hay que dejar todo el material preparado e intentar dormir o descansar.

Nos acostamos. El campamento intenta dormir con la tensión de la gran aventura a la vuelta de la esquina.

Esas horas las recordaré para siempre. La glucosa empezó a subir y no sabía cómo actuar. ¿Me ponía insulina? ¿Esperaba? Tenía por delante una jornada de 15 horas de ejercicio y aquello no mejoraba. ¿Qué hacía? En todo el viaje no había conseguido controlar mi glucosa como en otras ocasiones. ¿Qué me estaba pasando?

Tuve que tomar una decisión dura: no ascender; decisión que me entristeció enormemente. Sentí un vacío en mi interior, de rabia, por no poder siquiera intentarlo. Días previos había llegado a tener más de 500 de glucosa y acetona. Mi cuerpo no estaba bien y, aunque resultara duro, sabía que lo más responsable era quedarme en Barrels.

Salimos a despedir al resto del grupo, a desearles nuestra suerte entre lágrimas. «Hasta dentro de un ratito», nos dijo Tona.

Para nosotros el sueño de alcanzar la cima del Elbrús había terminado.

Me acosté en el saco con Carlos. Los dos, abrazados, intentamos dormir y relajarnos. Era la una de la madrugada. No logré dormir, daba vueltas imaginándome a mis compañeros dando pasos por el camino helado hacia la cumbre...

Hacia las siete me levanté y salí del refugio. El viento había soplado con fuerza por la noche y las nubes se habían apoderado de las dos cumbres del Elbrús; estas no se alcanzaban a ver. Una ola de preocupación me recorrió el cuerpo...

¿Cómo estarían nuestros compañeros?

Pasamos las horas con nuestros ojos puestos en el camino a la cumbre. Según iba transcurriendo el tiempo, las nubes fueron cubriendo también las Piedras de Pastukhov, donde habíamos estado el día anterior, y no tenía pinta de mejorar, sino todo lo contrario...

Al cabo de las horas, bajó una oruga con uno de los grupos.

Después bajó uno de nuestros compañeros con claros síntomas de mal de altura y le ayudamos a acercarse al refugio. Su estado nos hizo preocuparnos todavía más por el resto... ¿Cómo estarían? Poco a poco fueron bajando y fuimos conociendo la historia de su ascensión.

Sufrieron ventisca y tuvieron a varias personas con síntomas de mal de altura, pero, finalmente, lograron alcanzar la cima y bajar todos. Por supuesto, hubo celebración con cerveza; sin esta, no hay cima.

Todos se acostaron pronto, estaban cansados, agotados, y al día siguiente teníamos que bajar hasta Terskol.

Cuando llegamos a Terskol me vinieron a la mente las sensaciones de ilusión que había tenido al llegar antes de empezar la aventura. Volvía sin haber podido alcanzar la cima, pero con la tranquilidad de haber hecho lo correcto. Además, mis compañeros sí habían podido y todo había salido bien.

Había grabado un vídeo que había colgado en Facebook explicando lo ocurrido. Jamás imaginé que iba a recibir tanto apoyo y cariño por parte de todo el mundo.

Nos quedaban casi dos días en Terskol y otros tantos en Moscú. La aventura no había acabado.

La conclusión que puedo sacar de todo lo vivido es que, pese a las dificultades del viaje en esta ocasión, he tenido la suerte de conocer a gente fantástica, montañeros y buenas personas con quienes nos reímos y disfrutamos. He tenido el privilegio de visitar el Cáucaso y estar en el Elbrús y de disfrutar de sus paisajes, recorridos, glaciares.

 

Espero, Elbrús, que me dejes volver para, esta vez sí, llegar a tu cima y darte las gracias por las fantásticas vistas que observaré desde lo más alto de Europa. Hasta entonces, seguiremos soñando, porque los sueños no tienen cima.